<< SEPTIEMBRE / 2009 No.188 OPINIÓN
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SALIO EN PALABRA NUEVA.
ENVIADO POR ENRIQUE LOPEZ OLIVA
por Orlando Márquez
Heridos de cifras, y de urgencias
Habían transcurrido casi dos años de aquel discurso del hoy presidente Raúl Castro ante el monumento al Mayor Ignacio Agramonte en Camagüey –donde afirmó que habría que “introducir cambios estructurales y de conceptos” –, cuando la prensa nacional nos saludó el lunes 29 de junio con una Nota Oficial anunciando el restablecimiento del pluriempleo en Cuba.
Aquel discurso del 26 de julio de 2007 marcó una diferencia con respecto a los anteriores. Aquel no fue un discurso de ruptura, pero sí de renovación. Una renovación en el discurso no es poca cosa, de ahí las ilusiones que generó. Es cierto que el presidente anunció también aquel mismo día que “no todo puede resolverse de inmediato”, pero sucede que cuando las necesidades se han acumulado por tanto tiempo, una mínima señal de aliento, aunque solo sea una palabra tan sencilla como “cambio”, genera esperanzas y expectativas que es preciso atender de algún modo, y con no poca urgencia. Esto explica que unos meses después, el 24 de febrero de 2008, él mismo asegurara que la prioridad del país, y por tanto del gobierno y todas sus estructuras, será “satisfacer las necesidades básicas de la población, tanto materiales como espirituales”.
¿Cómo satisfacer las necesidades básicas –porque efectivamente “las básicas” no han sido satisfechas– de la población? Creando mayor riqueza. ¿Y cómo generar mayor riqueza? Con más producción. ¿Y cómo producir más? Con más trabajo. ¿Y cómo trabajar más? Ah… aquí está el dilema.
Después de tantos años –¡toda una vida!– oyendo hablar de ahorro, producción, exigencia, disciplina laboral, trabajo voluntario, domingo rojo, hacer más con menos y otras consignas por el estilo, y de saber que casi la mitad de lo que el país ingresa se invierte en comprar alimentos en otros lugares, o de que el 80 por ciento de lo que comemos procede del exterior, con perdón de los especialistas voy a manifestar un par de inquietudes. Lo hago como cualquier cubano ordinario, como quien sabe solo un poquito de algo pero opina de casi todo, pues como aquí “quien no corre vuela”…, yo prefiero “correr” en este asunto que se ha convertido en una carrera contra el tiempo.
Pienso que lo primero sería aplicar un correcto uso del lenguaje para unificar –¿centralizar? – criterios y saber de qué hablamos; es decir, si estamos hablando en serio entre gente civilizada interesada en el bienestar de su país, o si vamos a continuar protagonizando la burda tragedia en que algunos burócratas siguen repitiendo bla bla bla con la certeza de que quienes les escuchan deben asentir alegremente mientras razonan cómo se come el bla bla bla.
El 25 de noviembre de 2007, tan solo cuatro meses después del mencionado discurso de Camagüey, un reportaje publicado en el diario Juventud Rebelde bajo el título “Empleo juvenil en Cuba ¿El cuento de nunca acabar?”, arrojaba luz sobre una pequeña pero significativa fracción de lo que debe ser una alucinante madeja de falsedades sociales, generadas probablemente por las estructuras o los conceptos fallidos. Un buen trabajo de equipo, sin dudas, no exhaustivo –no hace falta– pero haciendo sonar la alarma. “Hace tiempo territorios como Granma –refería el reportaje– se enorgullecían de haber logrado el pleno empleo, con una tasa de desocupación ínfima de un dos por ciento. Se llegó a plantear que el número de desvinculados del estudio y del trabajo rondaba las 2 000 personas. [...] Una pesquisa reciente de los trabajadores sociales del territorio, ha destapado otras cifras, más cercanas a la realidad: en la provincia hay más de 37 000 ciudadanos desvinculados. Esto, por supuesto, disparó el desempleo.”
El periódico afirmaba que esta última cifra había incluido individuos desde los 15 hasta los 45 años. Como en 2007, según la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), la población de Granma en ese rango ascendía a 403 645 personas, el por ciento de desvinculados superaba la cifra de 9,0. Pero si aquella provincia, se preguntaban los periodistas, se tenía como referente nacional por el bajo índice de desempleo, “¿cómo estarán otras provincias que manejan números más elevados?” Buena pregunta, aunque aún sin respuesta.
Semanas después el mismo diario volvía sobre el tema al reflejar una reunión de la UJC en Holguín (“Empleo: entre ofertas e indiferencias”, 12-12-2007). En esa provincia, de un total de 496 853 personas en edad de 15 a 45 años (ONE), 42 000 estaban desvinculadas del estudio o el trabajo, para un 8,45 por ciento. Tan solo el número de desempleados de estas dos provincias entre 15 y 45 años, sumaba 79 000 personas, cuando el total nacional oficial para toda la población en edad laboral era de 88 600, según datos de la ONE. En otras palabras, mientras Granma y Holguín rondaban el 9 por ciento de desocupación en edades de 15 a 45 años, y es de suponer que en otras provincias la situación sea similar –¿o peor?– aunque no tengamos datos de ello, la cifra oficial de desempleo nacional era de solo 1,8 por ciento.
En su edición del pasado 6 de julio, en el diario Trabajadores el señor Manuel Montero Bistilleiro, del Departamento de relaciones exteriores de de la CTC , hizo el panegírico de la situación cubana frente a la crisis mundial, y afirmó que el índice de desempleo en Cuba a fines de 2008 era de 1,8 por ciento, algo diferente a la ofrecida por la ONE para ese año: 1,6; mientras en todo ese tiempo no han faltado las referencias a personas que deambulan sin hacer nada útil, reportajes sobre jóvenes que no aceptan las ofertas laborales o fábricas que se han cerrado. Si todo lo mencionado antes ya pone en duda estos discursos numéricos, lo que imagino que debe tener a los especialistas en política laboral y económica algo atolondrados, el hecho de que dos instituciones oficiales den cifras diferentes solo sirve para reforzar la neurosis de esos mismos especialistas.
Cuando estudiaba en el último año de la carrera de Arquitectura, el profesor de Economía de la Construcción –y asesor del ministro– nos aseguraba que en aquel entonces, 1989, cerca del 25 % de la fuerza laboral del país se dedicaba a labores no productivas: agentes del orden, personal de educación, salud, intelectualidad y mundo del arte, etc. No criticaba que existiera todo aquello, sino el volumen tan aplastante para un país pobre y dependiente económicamente.
Veinte años después la situación no ha variado mucho, al parecer. Sigo apelando a los datos que ofrece la ONE (Todos los datos han sido tomados de www.one.cu). El pasado año, 4 millones 948 mil 200 cubanos se incluían en la cifra de empleados, de ellos 381 000, el 7,6 por ciento ocupaban la categoría de “dirigentes”. Si a ello se le añade los dedicados a la administración: 257 900; trabajadores de educación docentes y no docentes: 545 101; trabajadores de la salud: 335 622; personal deportivo docente: 41 676; artistas profesionales de la música, el teatro y la danza: 21 274, estamos ante la alucinante cifra de un millón 582 mil 573 cubanos en áreas no productivas, para un 31,9 por ciento de la fuerza laboral del país. Faltaría añadir las fuerzas policiales y otras del orden, que no dejan de crecer, algún que otro empleo de servicio no productivo, y quizás varios miles de estudiantes universitarios municipales que acuden a clases –si acuden– un día a la semana y pasan los otros seis sin hacer nada, o casi nada, que no es lo mismo pero es igual.
Ciertamente todo no es blanco y negro: cualquier inversión en educación y salud no se mide por sus rendimientos económicos, necesitamos el arte para alimentar el espíritu o preservar la cultura, siempre harán falta planificadores y administradores, entrenadores deportivos, oficinistas y agentes del orden. Pero vale la pena distinguir entre lo irracional y lo racional. Porque todo lo anterior es sostenido por el aparato estatal cubano, de un modo desproporcionado que no resiste la más simple cuenta económica e imposibilita el desarrollo, máxime en un momento de crisis como la actual, una crisis que, si algo va enseñando, es que no se deben repetir los errores del pasado.
El decreto ley 268/09 que promueve el pluriempleo o permite el trabajo a tiempo parcial de jóvenes estudiantes, entre otras cosas, por sí solo no logrará mucho. Mayores ingresos tal vez compensen los gastos en alimentos cuando la canasta básica subsidiada deje de ser menos básica, pero no necesariamente estimularían las fuerzas productivas o despertarían la necesidad de trabajar más, mientras quienes trabajen sigan atrapados en la condición de asalariados sin posibilidades de experimentar la co-responsabilidad y la co-propiedad laborales; tampoco estimulará mucho si las otras ofertas (vivienda, transporte, distracción) sigan siendo nulas o tan limitadas en un país cuya población, que goza todavía de niveles de salud y educacionales relativamente altos, conoce que más allá de las fronteras nacionales hay mucho más a lo que es posible aspirar.
Entre las “cinco leyes revolucionarias” que serían promulgadas de haberse logrado el éxito en el ataque al cuartel Moncada en 1953, había dos de particular incidencia en el asunto que hablamos, porque buscaban estimular la productividad, el progreso y el bienestar del trabajador, al convertirlo en co-responsable y co-dueño de su lugar de trabajo. En su autodefensa, conocida después como “La historia me absolverá”, el doctor Fidel Castro las presentaba así: “La tercera ley revolucionaria otorgaba a los obreros y empleados el derecho de participar del treinta por ciento de las utilidades en todas las grandes empresas industriales, mercantiles y mineras, incluyendo centrales azucareros. [...] La cuarta ley revolucionaria concedía a todos los colonos el derecho a participar del cincuenta y cinco por ciento del rendimiento de la caña y cuota mínima de cuarenta mil arrobas a todos los pequeños colonos que llevasen tres años o más de establecidos”. Ante esta justa propuesta, justa porque reconoce tanto la función social como individual del trabajo, y que indudablemente podría ser actualizada, solo me queda preguntar: ¿alguien se opone?
El exceso de centralización económica y la estatización generalizada no solo genera una burocracia aplastante y excesivo gasto público, como indican las cifras antes mencionadas; es también generador de corrupción, un gran obstáculo para la renovación, para el desarrollo de la iniciativa individual y el progreso. Me atrevo a decir que seguirá siendo el principal obstáculo para satisfacer las necesidades materiales y espirituales de los cubanos.
Parte del gran reto que enfrentamos hoy, es restablecer la confianza en nuestro país. Esa confianza debe moverse en dos direcciones: los ciudadanos deben confiar en la capacidad de los gobernantes para desarrollar una política capaz de hacer progresar al país, y los gobernantes deben confiar en la capacidad de los ciudadanos para poner a disposición del país su talento y fuerza, con plena libertad y sin más restricciones que las naturales. Y para ello es urgente destrozar viejos moldes que no funcionan. No hay opción. Es ese también el único modo de superar o disminuir un mal inherente al socialismo que Marx no supo prever, una diferencia de clases más insana e inmoral, la que existe entre la clase dirigente y la clase dirigida. Y de la primera, como dicen las estadísticas, hay bastante en Cuba.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
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