martes, 13 de abril de 2010

CON LAS BOTAS PUESTAS

GENTE, HECHOS, COSAS

lunes 12 de abril de 2010
CON LAS BOTAS PUESTAS
Por LUIS SEXTO

Un fantasma real, palpable, aún recorre a Cuba: el debate. En cifras que parecen por ahora imprecisables, los cubanos discuten el futuro inmediato de Cuba. Y en una como especie de ágora cerrada, se juntan el anónimo comentario de las calles, las propuestas en centros laborales, las charlas de oficina, conclusiones de estudios económicos y sociológicos, y artículos teóricos, críticos y a veces irreverentes difundidos por la Internet o la Intranet, pero con profesión de fe socialista.
A veces audible en los medios, mediante cartas de lectores y todavía escasos comentarios periodísticos, ese hervidero tiene una principal virtud: no los financia ni estimula ningún dólar extraído de los 20 millones que Washington ha aprobado hace poco para la subversión en la satanizada patria de Fidel Castro. En sentido contrario, el ruido de los mal llamados disidentes atruena la atmósfera mediática del exterior generando un mínimo de acción que facilite un máximo de difusión. Mal llamados disidentes son, porque esos grupos minoritarios, censados, controlados y retribuidos por la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, no “disienten” de algún aspecto de una fe compartida, sino se oponen a las ideas predominantes en la sociedad cubana. Y proponen como solución de la crisis lo que muchos ciudadanos influyentes tratan de evitar: la vuelta al capitalismo dependiente. Es decir, el régimen que devolvería la tranquilidad hemisférica a cualquier administración de la Casa Blanca, incluida la actual. Esa opción parece haber nacido muerta, o por lo menos con trastornos congénitos, pues resulta antihistórica a juicio del pensamiento más preclaro que ha informado desde el siglo XIX la historia de Cuba, partiendo de Félix Varela y José Martí: todo fuera de la égida castradora de los Estados Unidos.
Lo percibo claramente: si en Cuba se debaten los problemas internos en los diversos conglomerados ciudadanos es de por sí señal, si no de salud, de lucha por mejorarla. Y un observador atento podría incluso creer que el Gobierno revolucionario –bien calificado así por la tarea renovadora que ha de afrontar- está sometido a una intensa presión desde sus bases de apoyo. Este comentarista opina que, en efecto, se nota la presión, la exigencia de una apertura que atienda básicamente a la economía. Lo que se dirime en Cuba no es, en esencia, un problema o asunto político. Más bien se refiere a los acuerdos que permitan desamarrar las fuerzas productivas ya hoy inmovilizadas en parte por la herencia del “socialismo real”.
Ahora bien, en qué medida el Gobierno cubano responde a las demandas surgidas del debate, podría ser la pregunta inicial de este análisis. Es evidente que en esferas gubernamentales y partidistas existe la percepción de que el modelo de socialismo hasta ahora aplicado en Cuba, urge de readecuaciones de conceptos y estructuras, necesidad reconocidas en 2007 por el presidente Raúl Castro. Pero en Cuba, a diferencia de cuanto la propaganda antirrevolucionaria echa a volar habitualmente entre distorsiones, la visión del liderato puede carecer de consenso o de votación unánime. Y por ello también se percibe una puja, que no sé si pudiéramos insertar en el debate general, acerca de qué cambiar y cuánto cambiar, sin arriesgar demasiado el poder conquistado por la revolución, y a veces, desafortunadamente, el poder burocrático de ciertos estamentos empresariales. Ello, unido a cautelas razonables inspiradas en el principio de Ignacio de Loyola de no “hacer mudanzas” en tiempos de crisis, puede estar deteniendo hoy como ayer el cronómetro de las urgencias. Porque, como sabemos, el tiempo de la revolución ha estado habitualmente envuelto en circunstancias tan adversas y críticas como un permanente estado de sitio.
Aunque algunos en Cuba no quieran aceptarlo, destrabar las fuerzas productivas, o una porción de estas, equivale a conceder más espacio a los individuos y, como mínimo, promover el trabajo privado, aunque no egoísta, que en la agricultura el decreto ley 259 potenció desde 2008 y que todavía no ha sido cabalmente aplicado. Aún casi el 50 por ciento de las tierras enmarañadas en la manigua de la improductiva subsiste acusando la decadencia. El control -un control que no promete intervenir para potenciar, sino para frenar- es palabra amenazante, según la terminología burocrática vigente junto con su correlato de autoritarismo.
En el mismo sector agropecuario se acaba de adoptar una decisión que puede ser asumida en términos negativos por la población. Al cancelar cien empresas ineficientes y por consiguiente reubicar en otras labores a 40 mil trabajadores no vinculados directamente a la tierra, incluye la presumible inconformidad de los afectados. Lo cual indica que, a mi criterio, las fuerzas reordenadoras de la economía cubana se debaten, a su vez, entre los extremos de la racionalidad y la demagogia. O cumples lo que la gente pide desde la óptica de sus necesidades y aspiraciones y posiblemente todo se desplace hacia lo peor, u oyes, evalúas y decides lo que según un parecer político, técnico, maduro y hondo, de largo alcance, implicaría soluciones que tendrán que afrontar la incomprensión de grupos sociales acostumbrados a recibir del Estado el regalo paternalista. Por ejemplo, ¿a quién no le agradaría que le dijeran: No te inquietes, si hemos de cerrar tu trabajo, te pagaremos por estudiar? Esa decisión componía antes una fórmula poco efectiva, aunque generosa desde una política social desmesurada. Ahora supondría una especie de dar vueltas en círculos concéntricos.
Pero la pregunta merecería hacerse de distinta manera. No creo que haya solo que preguntarse dónde poner a trabajar a tantos desplazados; el fondo radica en el destino que seguirán las tierras de las empresas extintas. ¿Serán asignadas a otras entidades con la ya tradicional estructura estatal de propiedad o pasarán a integrar cooperativas de productores? ¿Qué le convendría más a la agricultura: la persistencia de una organización que la práctica ya demostrado inoperante o aceptar el desafío de nociones que, aunque conocidas, no han sido concretadas con el rigor de la autonomía?
Visto el panorama en trazos generales, tal vez apreciáramos el escueto campo con que cuenta la actualización de la economía cubana. Demasiado que arriesgar y demasiadas rendijas que resanar. El país se halla entre la crisis financiera mundial con sus resonancias depresoras en importaciones e exportaciones, y la hostilidad económica y mediática de los Estados Unidos que, si concede algún “gesto caritativo”, vinculado con los viajes o el acceso a Internet, sigue prohibiendo los préstamos de los organismos crediticios a Cuba, veto del cual ni El Nuevo Herald, la CNN o El País informan alguna vez.
Sin embargo, el Gobierno cubano se mueve tratando de responder a las urgencias y necesidades. Según informaciones públicas, las propuestas se conservan en listas y resúmenes que los políticos y ministros meditan. Y es de suponer que varias de las últimas medidas han respondido a los deseos populares, como el pago por rendimiento, el pluriempleo, la liberación de licencias para el transporte particular, además de la distribución de tierras a productores individuales. Otras, que de acuerdo con datos espigados en diversas fuentes no oficiales incluyen formas de comercialización, de cooperativización, de autonomía empresarial y municipal, continúan en un proceso de reflexión que a muchos parece lento y que podría resultar ineficaz por tardío.
Por supuesto, el Gobierno tiende a mantener su conocida línea de principios que proteja, sobre todo, la independencia y la soberanía de la república, además de la justicia social, excluyendo el igualitarismo y el paternalismo. En consonancia con su ideología decidirá, pues, lo más conveniente a la voluntad aún mayoritaria de ciudadanos afiliados, aunque el escepticismo los tiente, a un socialismo adecuado a la vida de este mundo y a las condiciones de Cuba, lo cual obliga a no poner, según la frase criolla, “la carreta delante de los bueyes”, que significa no supeditar la realidad a los deseos, origen de varios males de la estructura social y económica del país.
Aunque no se conozcan al detalle las propuestas de los trabajadores –entre los cuales cerca de un millón poseen un título universitario-, su existencia afirma, en primer lugar, un deseo casi unánime de modificar lo que ya no propicia avanzar desde adentro. Cierto, hay opiniones que, para justificar su negativa a condenar lo caduco, alegan que el socialismo no posee un mapa conocido. Hay que andar a oscuras, aprendiéndolo en la práctica, dicen. Y casi es verdad. Los paradigmas se devaluaron en los Noventa. En cambio, sí es conocida la inoperancia de los viejos esquemas. Y por tanto resulta previsible que cambiar exija afrontar riesgos provenientes del extranjero y las dudas que surjan en lo interior. Lo contrario, quizás, podría significar perder lo que poseemos, sin habernos calzado las botas.

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