"Examinadlo todo, retened lo bueno."
1ª Tesalonicenses 5:21.
-SUPLEMENTO-
En ocasión de conmemorarse el pasado viernes el 92° aniversario del nacimiento del doctor Rafael Cepeda (20 de noviembre de 1917―12 de noviembre de 2006), el Lic. Carlos Molina compartió con muchos amigos/as y hermanos/as un fragmento del prólogo a su reciente antología En el ala de un colibrí. Esencia del pensamiento martiano de Rafael Cepeda.
“Sirva este texto, respetuoso y agradecido, como un sencillo y delicado homenaje a la encomiable labor pastoral e intelectual de don Rafael, y como gratitud a Dios por su vida y obra en favor de la iglesia cubana”, declaró Molina en su envío.
En ese mismo espíritu hoy lo estamos reenviando a todos los lectores de nuestro Suplemento CICDigital.
El maestro Cepeda y el maestro del día, o
Un elogio a la acción y la virtud
[…] El alma del hombre, como el cielo en el agua del mar,
se refleja siempre en su obra.
José Martí
I
D
esde comienzos del pasado siglo, muchos cubanos creyeron que la historia postcolonial cubana habría sido distinta de no haber muerto Martí. Otros, presa del fracaso y el desengaño, a la par de su angustia coreaban un canto acerbo que se erguía a la vez como credo y promesa: “Martí no debió de morir, / ¡ay, de morir! / Si fuera el maestro del día / otro gallo cantaría / la Patria se salvaría / y Cuba sería feliz”. El lamento por su ausencia se convirtió así en “una figura del discurso de la frustración republicana”.[1] Fue en este marco sumamente tenso, que se sustentó la creencia de que él volvería a la vida con el ansia de redimir la Cuba por la cual luchó y se ofrendó a sí mismo.
Cincuenta años después, Jorge Mañach, controvertido ensayista, promotor cultural y activista político cubano –autor de Martí, el Apóstol (1933), empresa literaria e investigativa considerada por Cintio Vitier como la valoración “más emocionante, emocionada y de mejor estilo”[2] del héroe cubano–, en su discurso titulado “El espíritu de Martí” (1951), dijo vislumbrar en este “la sustanciación espiritual de nuestro pueblo”,[3] al tiempo que se lamentaba del conocimiento “precario, disperso e inorgánico”[4] del pensamiento martiano, y proponía su estudio y asimilación de manera raigal.
En enero de ese mismo año, La Nueva Democracia, revista editada en Nueva York y que sirviera de foro a la intelectualidad protestante latinoamericana, publicaba “Martí y el catolicismo”,[5] primer ensayo de Rafael Cepeda de contenido meramente martiano.
II
El presente volumen se publica cuando se acaban de cumplir cincuenta y cinco años de la aparición del primer libro de Rafael Cepeda: El forjador de hombres. Vida y hechos de Roberto L. Wharton (1953). Dicha obra, prologada por el doctor Emilio Rodríguez Busto, entonces director del colegio presbiteriano La Progresiva, de Cárdenas, fue soñada por Cepeda durante años, con el propósito esencial de dar a conocer la vida ejemplar de su inolvidable maestro y “su extraordinaria influencia en la vida pública cubana”.[6] Otro de los objetivos por él perseguidos con su biografía del misionero estadounidense, era que las nuevas generaciones de obreros eclesiales aprendieran, tal como lo hizo “Míster Wharton”, “a identificarse de tan íntimo modo con el pueblo a quien desean servir, que se fusionen en el amor a sus hijos. Que no les prive la arrogancia, ni se les nuble la vista con miopes conceptos; que echen la amplia mirada hacia los próximos cincuenta años y dejen la propia vida en este ideal de servicio”.[7] Un aspecto sobresaliente de la edición, es el enunciado martiano que preside sus páginas: “Las Repúblicas se hacen de hombres”.[8]
Justo medio siglo después de aquel acontecimiento editorial, en mayo del año 2003, esbocé junto a Cepeda la presente obra, En el ala de un colibrí, cuyos textos pudo revisar y criticar con sorprendente lucidez no obstante su quebrantada salud. Con todo, una imprevista intervención quirúrgica, acaecida en diciembre de 2004, y su ulterior fallecimiento en noviembre de 2006, le impidieron concluir la introducción que escribía para este libro, convirtiéndose la misma, tal vez, en su única obra inacabada.
Por azar de la vida, que hace confluir distintas voluntades e historias como si estuviesen predestinadas, el Héroe Nacional cubano, José Martí, dejó igualmente trunco el prólogo a su única novela: Amistad funesta o Lucía Jerez, obra poco difundida y sobre todo ignorada por el conjunto de los lectores. En la “Introducción” a la misma, realizada en su primera edición como libro, Gonzalo de Quesada y Aróstegui, discípulo, secretario y albacea literario del Maestro, reseña cómo:
un día en que arreglábamos papeles en su modesta oficina de trabajo, en 120 Front Street, convertida, en aquel entonces, en centro del Partido Revolucionario Cubano y redacción y administración del periódico Patria–di con unas páginas sueltas de El Latino-Americano aquí y allá corregidas por Martí, y exclamé al revisarlas: “¿Qué es esto Maestro?” “Nada –contestome cariñosamente–, recuerdos de épocas de luchas y tristezas; pero guárdelas para otra ocasión. En este momento debemos sólo pensar en la obra magna, la única digna; la de hacer la independencia”.[9]
Con el paso del tiempo, al reparar en esta analogía, me complace pensar que en un gesto previsor similar al del Apóstol, pero de signo diferente, Cepeda colocó en mis manos su inconcluso texto, acompañado de una breve nota que indicaba: “Quizás te sea posible desmembrar estos escritos y lograr una historia suficientemente interesante como para ser publicada”. Con ello, sin lugar a dudas, pretendía encausar la edición de un volumen que compendiara sus esfuerzos por difundir la obra y el pensamiento de José Martí, a quien la patria cubana le tiene por su hombre más completo y eficaz.
III
Colmado de dinamismo industrial y un importante comercio a fines de la segunda década del pasado siglo, el poblado villareño de Cabaiguán, situado en terreno llano en la región central de Cuba, no rebasaba los cuatro mil habitantes cuando el 17 de noviembre de 1917 nació allí Rafael Cepeda Clemente, en un ambiente de campesinos y obreros tabacaleros que mucho contribuyó a perfilar su esmerada educación y futura personalidad.
En la escuela presbiteriana de Cabaiguán cursó la primera enseñanza. Sus vacaciones de verano debió simultanearlas con el duro trabajo en las escogidas de tabaco, primero como despalillador, y más tarde como lector. Por esta época adquirió también los principios espirituales y patrióticos que por siempre le acompañarían:
Hay otro costado de mi formación que surgió parejamente desde mi niñez, y que también me ha acompañado toda la vida. Allí mismo, en aquella escuela de la iglesia, aprendí a amar a mi patria, a sus hombres insignes, a sus proyectos revolucionarios. Desde entonces la historia de Cuba y la literatura cubana han sido mis aficiones más hondas y mis quehaceres más satisfactorios.
[…]
Precisamente en aquella escuela primaria, que llevaba inicialmente el nombre de Pestalozzi –célebre pedagogo suizo–, y asociada a la iglesia presbiteriana de Cabaiguán, recibí yo las primeras lecciones de fe cristiana al estilo protestante. Debo decir que con suave naturalidad las historietas de la Biblia, los himnos que cantábamos, las oraciones de los maestros y el iniciarme en la asistencia a la escuela dominical del templo en 1924, me cautivaron amorosamente. El ambiente era de paz y armonía, y las palabras entrañables. Dos misioneras norteamericanas, un pastor matancero, dos jóvenes cabaiguanenses y cuatro de otras provincias se encargaron de guiarme por una agradable senda de estudios bíblicos y orientaciones éticas.[10]
Sus estudios preuniversitarios los cursó Cepeda en el colegio La Progresiva, de Cárdenas, donde para sufragar sus clases debió trabajar en el comedor como auxiliar de limpieza, y posteriormente en el cuidado de la disciplina en el dormitorio. Una vez concluido el bachillerato, retornó a Cabaiguán, donde entre 1936 y 1937 se desempeñó como maestro de enseñanza primaria.
Carente aún de los recursos necesarios para continuar su superación, en 1938 se trasladó a La Habana en busca de algún trabajo que le permitiera realizar estudios universitarios. En la capital, fungió como profesor de Historia y Literatura en Candler College, escuela metodista enclavada en el habanero municipio de Marianao. Siendo profesor allí, matriculó estudios doctorales en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana.
Interrumpidos estos en 1941, se trasladó a Birmingham, Alabama, con el propósito de estudiar inglés, en tanto enseñaba en Birmingham Southern College. Durante su estancia en este lugar le fue ofrecida una plaza por la Iglesia Presbiteriana de Cuba para iniciar un departamento educacional, y con ese propósito fue enviado a Chicago, donde por tres años realizó estudios en el área educativa en McCormick Theological Seminary.
A su regreso, Rafael Cepeda se responsabilizó con el departamento antedicho en la Iglesia Presbiteriana de Cuba. Reinició sus estudios universitarios y terminó las asignaturas correspondientes al doctorado en Filosofía y Letras en el año 1947; pero no escribió su tesis hasta 1960, año en que le fue otorgado el título.
En 1954 resultó electo secretario ejecutivo de la Comisión de Cooperación Presbiteriana de América Latina (CCPAL), y en ese carácter viajó regularmente por once países latinoamericanos y caribeños. Seis años después, renunció a dicho cargo por las censuras recibidas debido a su elección política, y porque se le exigía que trasladara su residencia a México.
Al producirse el golpe de estado batistiano en 1952, residía en Matanzas. En esa ciudad se conectó primeramente con el Movimiento Nacional Revolucionario encabezado por Rafael García Bárcena, después con el Movimiento de Resistencia Cívica liderado por Raúl Chibás, y finalmente con el Movimiento 26 de Julio, donde laboró bajo las órdenes de Faustino Pérez, Armando Hart y Aldo Santamaría. Hasta noviembre de 1957 se desempeñó activamente como financiero y responsable de propaganda en la provincia de Matanzas, hasta que, delatado por un compañero torturado, y perseguido por los sicarios de Pilar García, huyó a los Estados Unidos, donde más tarde se le unieron su mujer y su pequeño hijo. Allí se estableció en Paterson, New Jersey, donde trabajó entre inmigrantes puertorriqueños hasta el triunfo de la Revolución, tras el cual regresó a Cuba el 23 de enero de 1959.
Un año más tarde, en 1960, fue designado responsable de alfabetización en la provincia de Matanzas, y en esa misma fecha comenzó a trabajar como pastor presbiteriano en la ciudad homónima. En 1966 fijó su residencia en la ciudad de La Habana, donde trabajó hasta 1978, fecha en que se acogió formalmente a la jubilación.
Su quehacer pedagógico y pastoral, cimentados en la sólida formación recibida en instituciones religiosas y laicas nacionales y extranjeras, constituyeron la base de la profunda reflexión que lo distinguió no sólo como un pensador original, sino también como un ideólogo relevante.
Como cultor de una prosa elevada, heredó Cepeda, indiscutiblemente, la influencia de la generación del 98 –a la cual pertenecieron destacadas figuras como Azorín, Miguel de Unamuno y Antonio Machado, entre otros–, al igual que la de José Ortega y Gasset, quien repercutió más allá de su generación, por citar sólo algunos de los más ilustres exponentes de las letras hispánicas del período. Sus dotes de escritor se evidencian ya desde los últimos años de la década del 30, época en que afloraron sus primeros escritos, algunos de ellos con un marcado contenido social; pero no es hasta finales de los años 40 –etapa en que se percibe en sus textos una acendrada conciencia crítica– que incursiona en una multiplicidad de géneros literarios, tales como la poesía, el ensayo, los estudios histórico-biográficos y el periodismo de opinión, género este que cultivó con notable intensidad.
La década del 50, por su parte, constituyó para él un momento oportuno para potenciar su cultura política y teológica, y publicar diversos volúmenes que alcanzarían una amplia difusión internacional. De esta época datan obras suyas como El forjador de hombres. Vida y hechos de Roberto L. Wharton (La Habana, Asociación de Ex Alumnos del Colegio La Progresiva, 1953), El mundo que Dios creó (Buenos Aires, La Aurora, 1955), Lo que sí podemos creer (México, D. F. y Buenos Aires, Casa Unida de Publicaciones y Editorial “La Aurora”, 1956) y Temas navideños (compilación de artículos, Kansas City, Beacon Hill Press, 1958).
Luego de producirse el triunfo revolucionario de 1959, y dadas las subsiguientes carencias materiales y restricciones impuestas a la edición de literatura religiosa en el país, sólo las publicaciones periódicas eclesiales devinieron su tribuna por excelencia: Heraldo Cristiano, Mensaje, y Juprecu son, entre otras, un ejemplo de ello. Sin embargo, no es hasta después de su jubilación que Cepeda se inserta plenamente en el campo de las investigaciones históricas. A partir de entonces comienza de un modo sistemático y profundo sus estudios acerca de la vida y obra de José Martí, y sobre los inicios del protestantismo cubano, al tiempo que su nombre figura por vez primera en el Anuario del Centro de Estudios Martianos, la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, Universidad de La Habana, y Santiago, afamadas publicaciones, al igual que otras de más reciente data, como Temas, Caminos y Debates Americanos.
A través de su vida, la cual consagró al estudio de la historia eclesial y patria, tuvo Rafael Cepeda la oportunidad de publicar dos libros dedicados a la temática martiana. Son ellos Perspectivas éticas de la fe cristiana (Departamento Ecuménico de Investigaciones, San José, Costa Rica, 1992) –denominado en su edición cubana Lo ético-cristiano en la obra de José Martí (Centro de Información y Estudio Augusto Cotto, Matanzas, 1992)–, y José Martí: su verdad sobre los Estados Unidos (Editorial Caminos, La Habana, 1995). De ambos comentaría satisfecho:
Sobre todo me parece importante (por el tema, no por el autor) mi libro Lo ético-cristiano en la obra de José Martí […], que ha tenido buena acogida y fue prologado por mis queridos y admirados Cintio Vitier y Fina García Marruz. ¿Me permites aquí cierta publicidad comercial? Esta obra será reeditada en Cuba por la imprenta Augusto Cotto, de Matanzas. Entregué al Centro Martin Luther King otro pequeño libro: José Martí: su verdad sobre los Estados Unidos,[11] que ya está en proceso de edición.[12]
De igual modo, pudo desarrollar dicho pensamiento en decenas de revistas y periódicos continentales, lo cual le permitió que al menos pequeños destellos del quehacer del más grande de los cubanos hayan iluminado a cientos de mujeres y hombres.
Por ello no es de extrañar que Cepeda no ocultara su predilección por el pensamiento del Apóstol de Cuba, aun muy por encima de sus estudios sobre la vida y obra de los patriotas Eusebio Hernández y Manuel Sanguily, a las que dedicó dilatados análisis:
Mi personaje histórico favorito es José Martí, a quien y sobre quien leí fervorosamente desde niño, y al cual estudio con pasión nunca disminuida. Prueba de ello son mis artículos en la revista Santiago (Santiago de Cuba) y el Anuario del Centro de Estudios Martianos (La Habana), además de las conferencias en iglesias y encuentros ecuménicos, tanto en Cuba como fuera de ella, que no han ido a imprenta.[13]
Según expresara en su ensayo “Lecciones éticas de José Martí”, una de las genialidades del patriota cubano,
la que lo carga muy justamente con el epíteto de Maestro, es su enorme capacidad para sugerir lo heroico y útil, lo honesto y promisorio, en las vivencias de los que se le acercan con ánimo y calidad de discípulos. Esto significa que hay un costado martiano que requiere mayor atención y comprensión, una afinada sensibilidad, porque se trata nada menos que de la orientación martiana para el ejercicio de un estilo de vida.
Estos valores parten desde la universalidad: el mundo de afuera, al que estamos en el deber de servir, y del cual somos responsables; y por rebote retornamos a nuestro propio ser, a la vida vivida por nosotros desde nuestro yo más profundo.[14]
Partiendo de tal deber, y como luchador de reconocida ejecutoria, creyó Cepeda entusiastamente en la fundamentación martiana de la Revolución cubana, no sin dejar de advertir ciertos peligros que podrían en ocasiones desdecir de esta:
Martí nos enseñó que sólo se puede llamar Revolución a lo que surge de las raíces entrañadas del pueblo mismo, donde todo el pueblo participa y todo el pueblo se beneficia. La última guerra de liberación conquistó lo que todas las rebeldías y guerras anteriores trataron de lograr: el poder. Y eso le ha dado otra dimensión.
Precisamente porque los cubanos somos también criaturas humanas (sujetas a errores, distorsiones y desvíos como en cualquier otro pueblo), se pueden desglosar innumerables ocasiones en que los yerros, contaminaciones, vicios, ambiciones políticas e intereses personales han estado a punto de detener el proceso revolucionario.
[…]
La indomable actitud patriótica de la mayoría ha determinado que el proyecto de Varela, Céspedes y Martí continúe en la presente fase de la Revolución. Sólo que, junto con las positivas conquistas, es preciso señalar errores muy serios, como son el desorden administrativo, el despilfarro, la indisciplina en el cumplimiento de los deberes elementales, las rígidas imposiciones de la verticalidad, la ausencia de planes que mantenga un amor patriótico entrañado y un estilo de vida que responda a parámetros ético-cristianos, principalmente entre niños y jóvenes.
No es conveniente ocultar esas verdades, y sí es oportuno recordarlas alguna que otra vez, para no incurrir en los mismos errores. Al mismo tiempo, reconocemos que Cuba ha dado una lección de principios inconmovibles, de confianza en el pueblo trabajador, de filiación honesta con las mejores causas.[15]
Así, su pensamiento diáfano, vivido en consonancia y unidad con el legado martiano, le valdría en el año 2004 –en la cumbre de su vida– la distinción La Utilidad de la Virtud, que concede la Sociedad Cultural José Martí a quienes han vivido una vida en sintonía con la integridad y la honradez que caracterizara al gran pensador cubano.
IV
El lector cuenta en sus manos con un precioso y agradable compendio, cuyo contenido, de forma magistral, intenta penetrar el pensamiento de José Julián Martí Pérez, el Héroe Nacional de Cuba. Con toda certeza, en la integralidad económica y social que demanda su palabra, el mundo pensante pudiera encontrar un proyecto político contentivo de la verdad cívica para esta hora mundial. Asunto de actualidad, lo que ofrecen las páginas de este libro tiene que ver con un caudal de temas de interés del Apóstol, tales como el progreso científico, la integración racial, la experiencia religiosa, la realidad de la muerte, su amor inocultable a la tierra borinqueña, y el apremiante equilibrio universal.
En su primera parte, el volumen reúne un conjunto de exégesis martianas realizadas por Rafael Cepeda, en su mayoría aparecidas en publicaciones cubanas y extranjeras. A partir de dichos textos, e igualmente de la crítica a los mismos reunida en la segunda sección, el lector puede ahondar en diversos aspectos del ideario religioso martiano. Sin duda, los artículos “El pensamiento religioso-contextual en la obra escrita de José Martí” y “Conflictos religiosos en los Estados Unidos de José Martí” añaden un punto más a favor de la difusión de esta área de su pensamiento.
Pero En el ala de un colibrí, no sólo retoma las viejas discusiones en torno a la proyección religiosa del Maestro, sustentadas, entre otros, por Emilio Roig de Leuchsenring, en 1941, y Manuel Pedro González, Luis Toledo Sande y Fina García Marruz en las décadas subsiguientes; sino que continúa la antigua tradición emprendida por otros intelectuales cubanos, de dar a conocer disímiles textos martianos casi desconocidos u olvidados. En esta antología, como en muchos otros ensayos de don Rafael, se reconoce un trabajo erudito; de lo cual dan fe la cantidad y diversidad de los materiales que ella ofrece, al igual que el vasto aparato referencial que ostenta.
Cabe señalar, que tanto los trabajos de Cepeda como los de la crítica especializada a su obra, han sido dispuestos de manera cronológica. Todos ellos, por demás, fueron actualizados ortográficamente y cotejados con sus versiones originales. La totalidad de las citas martianas, a menos que se indique lo contrario, ha sido tomada de sus Obras completas –publicadas por la Editorial Nacional de Cuba entre 1963 y 1973–, que compendian el sentir luminoso y la vida sacrificial del héroe.
V
Por méritos propios y sin estridencias, Rafael Cepeda ha constituido un ejemplo para varias generaciones. Asimismo, más allá de cualquier error o desacierto humano, devino una figura clave en momentos de profundas mutaciones para la iglesia y la nación cubanas, emergiendo como un referente ético invaluable a la hora de abordar temas controvertidos y medulares.
Tuve el inmenso privilegio de trabajar junto a él entre los años 2001 y 2004. Por entonces, mi tarea consistió en ayudarlo a reorganizar sus archivos y diseñar entre ambos novedosos proyectos editoriales. Fue en ese trabajo, junto a otros que vinieron después, donde soñamos por vez primera con emprender su biobibliografía, esbozar sus obras completas, y acometer la presente antología. Luego compilé, gracias al apoyo y entusiasmo del reverendo Benjamín F. Gutiérrez, El tiempo y las palabras, antología de artículos cepedianos que vieron la luz entre 1947 y 1957. Más tarde, debido al empeño loable del presbítero doctor Carlos E. Ham, iniciamos la preparación de nuestro libro La siembra infinita. Pautas para el estudio del itinerario de la obra misionera y la evangelización protestante en Cuba, que verá la luz próximamente.
Pese a ello, recién estamos empezando a poner en orden su producción textual, que va desde artículos de carácter pastoral, pasando por ensayos históricos sobre la iglesia en Cuba, hasta estudios varios sobre el ecumenismo y la teología latinoamericana.
Sus últimos desvelos fueron apoyando al Instituto Superior de Estudios Bíblicos y Teológicos (ISEBIT) [16] por él creado, y la delineación junto a quien esto escribe de un centro gestor de la información histórica sobre el protestantismo cubano. Su legado para muchos será siempre su producción intelectual, pero también ese modo sosegado de educar, afrontar la adversidad, divergir de lo insensato, y cimentar la unidad cristiana.
Por todo lo anterior surge este libro, y en todo lo anterior se inspira. El mismo no es más que un esenciero en el que se revela ese “cúmulo de verdades” que caben en la ligereza y pequeñez de un ala. Verdades que ancladas en el ascenso humano y en “la utilidad de la virtud” descubren nuestro propio ser y las múltiples dimensiones de nuestra existencia. Verdades que transmite Cepeda al amparo de una frase suya que hoy pudiera erigirse en su honroso epitafio: “Si he de ser recordado, que sea por haber tratado de cumplir la utopía de Jesús de Nazaret: ‘Que todos estén completamente unidos, que sean una sola cosa en unión con el Padre’; y por afiliarme al proyecto de José Martí: ‘Constituir con el mayor orden posible una república de elementos confusos, que pueda ya vivir por sí; a la que nadie pueda ya contener en su deseo de vivir por sí’; y esto sin olvidar ni negar que ‘Patria es humanidad’”.[17] Cepeda suscribió ese axioma martiano, y lo vivió en plenitud. Ese será también parte de su legado.
Carlos R. Molina Rodríguez (Santa Clara, Cuba, 1976) es profesor e investigador histórico. Su actividad investigativa y editorial se ha centrado en aspectos históricos del protestantismo insular, fundamentalmente en los temas relacionados con la obra misionera, la educación teológica ecuménica y el pensamiento protestante cubano del siglo XX.
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[1] Rafael Rojas: “Otro gallo cantaría. Ensayo sobre el primer republicanismo cubano”, en: Encuentro, Madrid, no. 24, primavera de 2002, p. 98.
[2] Danay Galletti Hernández y Mario Cremata Ferrán: “Cintio Vitier y Fina García Marruz comparten el amor por Martí” [en línea], en:
[3] Jorge Mañach: Ensayos [selec. y pról. de Jorge Luis Arcos], La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1999, p. 233.
[4] Ibíd., p. 236.
[5] Rafael Cepeda: “Martí y el catolicismo”, en: La Nueva Democracia, Nueva York, vol. XXXI, no. 1, ene., 1951, pp. 85-89.
[6] Rafael Cepeda: El forjador de hombres. Vida y hechos de Roberto L. Wharton, La Habana, Asociación de Ex Alumnos del Colegio La Progresiva, 1953, p. [11].
[7] Idem.
[8] José Martí: “Colegio de abogados”, Revista Universal, México, 25 de mayo de 1875, en: Obras completas, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1973, t. 6, p. 209. En lo sucesivo, salvo indicación contraria, las referencias a textos de José Martí remitirán a esta edición; por ello sólo se indicará, entre paréntesis, el tomo y la página correspondiente.
[9] Gonzalo de Quesada: “Introducción”, en: Martí, José. Amistad funesta (novela), Berlín, G. de Quesada, 1911, p. VI. El subrayado es de mi autoría.
[10] Rafael Cepeda: “Palabras en los ochenta años”, en: Heraldo Cristiano, La Habana, año 80, no. 3, 1998, 4.
[11] Con la publicación del referido título inició sus labores, en 1995, la Editorial Caminos, del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr., de Ciudad de La Habana.
[12] Rafael Cepeda: “Confesiones de un pastor” [1995] [en línea], en:
[13] Idem. Algunos de los ensayos a que hace referencia Cepeda, ven la luz por vez primera en esta publicación.
[14] Rafael Cepeda: “Lecciones éticas de José Martí”, en: Universidad de La Habana, La Habana, no. 245, ene.-dic., 1995, p. 189. El subrayado es de mi autoría.
[15] Rafael Cepeda: “Confesiones de un pastor”, ed. cit.
[16] Proyecto educacional fundado en septiembre de 1995, integrante del Programa de Formación Bíblico-teológica del Centro de Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba.
[17] Rafael Cepeda: “Palabras en los ochenta años”, ed. cit., [contraportada].
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