miércoles, 29 de diciembre de 2010

EL PROTESTANTISMO CUBANO EN EL VÓRTICE DE UANB REVOLUCIÓN

EL PROTESTANTISMO CUBANO EN EL VÓRTICE DE UNA REVOLUCIÓN, 1952-1961
Por Carlos Molina Rodriguez

Recibido desde Cuba.

(PARTE 4 Y FINAL)





CARLOS R. MOLINA RODRÍGUEZ, lourdesg.mtz@infomed.sld.cu

MATANZAS (CUBA).





De la euforia a la confrontación ideológica



A final de los años cincuenta, según cálculos conservadores divulgados por la Evangelical Foreign Missions Association, la iglesia evangélica cubana contaba con 4 seminarios y 9 institutos bíblicos para la formación pastoral, 2 escuelas agrícolas, 1 universidad, 1 hogar de ancianos, 1 orfanato y 7 dispensarios médicos. El estudio –que no incluyó estadísticas de todas las denominaciones– revela la existencia de 1 055 congregaciones protestantes y 961 grupos en formación, con un total aproximado de 278 244 practicantes, de los que 54 646 eran miembros oficiales. Indica, además, la presencia en el país de un total de 212 pastores nacionales ordenados, así como de 681 obreros que trabajaban a tiempo completo con la iglesia, aunque no se habían sometido a tal proceso. Añade la fuente que existían 52 programas radiales evangélicos en estaciones comerciales, 1 845 escuelas dominicales y 383 misioneros foráneos, de procedencia mayoritariamente norteamericana.[22]

De lo anterior puede deducirse que si bien las décadas de los cuarenta y los cincuenta habían sido convulsas en los órdenes político y social, constituyeron un período de plena madurez en la actividad misionera, y de esplendor en lo referente a la cooperación interdenominacional y al afianzamiento de un liderazgo nativo.

En los primeros años posteriores a la Revolución, las instituciones religiosas contaron con la anuencia del Estado cubano, y de manera general no fueron limitadas en el ejercicio de sus labores. Sin embargo, la comprensión mutua se disipó al correr del tiempo, y algunos altos cargos eclesiales comenzaron a señalar los posibles peligros que ello implicaría.

El fin de ese período es descrito de manera inigualable por el doctor Rafael Cepeda:



De esta forma, el período de euforia finaliza, o se refrena, cuando el marxismo deviene ideología del Estado, y más tarde ley escrita, con todas sus consecuencias. Los cristianos hubieran podido convivir fácilmente, y hasta integrarse de modo decidido, con una Revolución socialista, sin otro epíteto. Porque los grandes avances de la Revolución, los grandes beneficios que reportaba al país, sobre todo entre los más pobres y victimizados por la sociedad capitalista, eran más que comprobables, y eran parte de la esperanza cristiana por una patria mejor. No era difícil vivir con la Revolución, trabajar en la Revolución, y hasta guerrear y morir por la Revolución. Los problemas se crearon en las relaciones con los funcionarios estatales, porque algunos de ellos, entendiendo a su manera que «la religión es el opio de los pueblos», y los creyentes todos un grupo despreciable de retrógrados y contrarrevolucionarios, creyeron correcto desplegar una política de orillamiento, entorpecimiento, descrédito, acusaciones banales y hostigamiento subterráneo. Pero honestamente no se puede hablar de persecuciones, sino de limitaciones, con la intensión de detener o por lo menos neutralizar la posible influencia de la fe cristiana en la nueva sociedad.

Por otra parte, la actitud asumida por un buen número de creyentes, tanto católicos como protestantes, provocó innecesarios malentendidos, generalizaciones erróneas y situaciones de enfrentamiento. Algunos sacerdotes y pastores, sin haberse ganado el derecho a ser oídos –puesto que jamás se interesaron en la solución de los graves problemas sociales del país, ni habían levantado un dedo en condenación de la tiranía batistiana–, pretendieron cuestionar los cambios estructurales de la nueva sociedad y enmendarle la plana al gobierno revolucionario. Otros se convirtieron en especuladores y en ilegales transaccionistas durante los períodos de escasez. [...] Muchos curas convirtieron sus templos en verdaderos centros de conspiración, y fueron expulsados del país.

La contrapartida de estos últimos, dentro de los grupos de creyentes, fueron los extremistas (por muchos llamados oportunistas), que tomaron la ocasión por los pelos y pretendieron forzar sin convencer, tratando de imponer un pensamiento revolucionario-marxista en el seno de las feligresías, y presentándose ellos mismos como los únicos y verdaderos intérpretes de la Revolución para el pueblo cristiano de Cuba, clamando por la consigna de «Patria o Muerte» en sermones y publicaciones. Eran pujos pseudorrevolucionarios que, desde luego, no partían desde la fe, y por consiguiente dañaban la imagen de la Revolución dentro de la iglesia.[23]



De este modo, tras la adopción del proyecto socialista el panorama cambió radicalmente. La incesante pérdida de membresía, la suspensión de las relaciones bilaterales por parte de Estados Unidos, y el consecuente impedimento de transferir recursos financieros al país, fueron, entre otros, aspectos que indujeron a una reorganización del protestantismo insular.

En adelante los evangélicos cubanos habrían de ejercer su misión y redefinir su perfil en medio de una tenaz lucha ideológica. Se abría así para ellos un período arduo pero apasionante, que cambiaría su rumbo y su destino.■





NOTAS



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[22] Clyde W. Taylor y Wade T. Coggins (eds.): Protestant Missions in Latin America: A Statistical Survey, Washington, D.C., Evangelical Foreign Missions Association, 1961, t. 1, pp. 110-111.

[23] Rafael Cepeda: «Análisis histórico de la relación Iglesia-Revolución», ed. cit., pp. 103-104.





Carlos R. Molina Rodríguez (Santa Clara, Cuba, 1976) es profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario Evangélico de Teología, en Matanzas. Su actividad investigadora y editorial se ha centrado en temas históricos del protestantismo cubano, especialmente la obra misionera, la educación teológica ecuménica y el pensamiento protestante del siglo XX.

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