miércoles, 29 de diciembre de 2010

EL PROTESTANTISMO CUBANO EN EL VÓRTICE DE UNA REVOLUCIÓN

EL PROTESTANTISMO CUBANO EN EL VÓRTICE DE UNA REVOLUCIÓN, 1952-1961

Por Carlos Molina Rodriguez

Recibido desde Cuba.

(PARTE 1)





CARLOS R. MOLINA RODRÍGUEZ, lourdesg.mtz@infomed.sld.cu

MATANZAS (CUBA).





El 10 de marzo de 1952, previo a las elecciones presidenciales de Cuba, el general Fulgencio Batista encabezó un golpe de Estado al presidente constitucional Carlos Prío Socarrás. Como consecuencia del mismo, Batista asumió por segunda vez la conducción del país, derogó la Constitución del cuarenta, e instauró una brutal dictadura, caracterizada por la corrupción político-administrativa y una intensa represión contra toda actividad opositora.

Luego del golpe militar, el desencanto surgido en el común de los ciudadanos constituiría el germen de la inevitable ofensiva revolucionaria.

Un año más tarde, el 26 de julio de 1953, un grupo de jóvenes inspirados en las ideas martianas y liderados por el doctor Fidel Castro Ruz, asaltó los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes –en Santiago de Cuba y Bayamo respectivamente–, iniciando así una nueva etapa de luchas. Luego del fracaso de esa acción bélica, Castro resultó condenado a 15 años de prisión. No obstante, dos años después, al ser amnistiado por orden del propio gobierno de Batista, se exilió en México, desde donde reorganizó a los insurgentes y preparó la expedición del yate Granma.

En diciembre de 1956, tras el desembarco por Playa Las Coloradas y el despliegue de intensos combates, el nuevo ejército se insertó en la Sierra Maestra, donde con el respaldo del campesinado de la zona inició una guerrilla abierta contra el Gobierno, que se extendió por espacio de dos años.

El descontento por la situación nacional también halló resonancia en el seno de las iglesias evangélicas, desde donde numerosos jóvenes, a título personal, se afiliaron al movimiento opositor. Entre los evangélicos que ulteriormente entregarían sus vidas por la causa revolucionaria se encontraban Frank y Josué País García, Esteban Hernández, Oscar Lucero Moya, Marcelo Salado y Renato Guitart. Algunos sobrevivientes al conflicto bélico, que se destacarían por su trabajo y compromiso a favor de la victoria, fueron Faustino Pérez Hernández, Mario Llerena, Raúl Fernández Ceballos, Rafael Cepeda y Agustín González Seisdedos, presbiterianos y bautista oriental respectivamente.

Aunque se ha señalado que «en este período las iglesias cristianas se situaron dentro del esquema anticomunista que regía su pensamiento y su accionar social», y que su «discurso oficial […], en sus referencias a la sociedad, mostraba una preocupación central por las posibilidades de ejercer la educación religiosa y las prácticas del culto, desentendiéndose de su función profética de denunciar los males consecuentes de la injusticia, desigualdades y corrupción instalados estructuralmente»,[1] es posible apreciar en algunas instituciones una meritoria conciencia crítica, aun en medio de la ingente censura de prensa instaurada en el país. Tal es el caso de los documentos de reproche a acciones gubernamentales emitidos por el Conjunto de Instituciones Cívicas de Cuba –del cual formaba parte el Concilio Cubano de Iglesias Evangélicas–, entre cuyos signatarios se hallaba el reverendo Raúl Fernández Ceballos, pastor de la Primera Iglesia Presbiteriana de La Habana e integrante de la directiva del Conjunto.

En los años cincuenta, algunas señales distintivas del quehacer protestante en el campo de la educación cristiana lo fueron: la transformación del Seminario Evangélico de Teología, dirigido por el doctor Alfonso Rodríguez Hidalgo, en un centro de capacitación pastoral y teológica de alcance continental; la celebración en Pasacaballos, Cienfuegos, de una Conferencia Latinoamericana sobre Educación Cristiana, que diseñó una edición ecuménica del Curso para la Escuela Dominical en las iglesias del continente; la producción de numerosos materiales pedagógicos para el trabajo de pastores y laicos; la creación de la Librería Odell, importante centro difusor de literatura cristiana en la ciudad de Matanzas; y la celebración en Camagüey del primer Instituto de Educación Cristiana, bajo el auspicio del departamento homónimo del Concilio Cubano de Iglesias Evangélicas.[2]

No cabe duda de que un esfuerzo loable del protestantismo para afrontar la situación prerrevolucionaria fue el Movimiento Social Cristiano, fundado en 1956 por los reverendos Manuel Viera Bernal y Juan Pablo Tamayo, de las iglesias metodista y bautista oriental respectivamente. Su «Declaración de Principios» enunciaba en su Preámbulo que tal movimiento tenía por finalidad «luchar por la cristianización integral del orden social, económico y político de nuestro país». En ella se rechazaba por igual al capitalismo y al comunismo: el uno, por caracterizarse «por una distribución injusta de la riqueza, que ha traído como resultado una excesiva acumulación de riqueza de un lado y miseria de otro»; y el otro, por constituir «la más cruda expresión del secularismo». Asimismo, se pronunciaba en favor de una «democracia integral» que brindara «libertad y pan». Finalmente, realizaba una exhortación «a todos los evangélicos cubanos a una participación activa en las luchas sociales, sindicales, estudiantiles y en los futuros movimientos políticos de nuestra patria».[3]

A inicios de diciembre de 1958, la provincia de Oriente, casi en su totalidad, estaba bajo el control del Ejército Rebelde. Mientras, aumentaba progresivamente el descontento hacia el dictador Fulgencio Batista, aun entre las agrupaciones que tradicionalmente le habían brindado apoyo. Los últimos días del año fueron sumamente convulsos a lo largo del país. Desde el mes de agosto dos columnas comandadas por Ernesto (Che) Guevara y Camilo Cienfuegos habían iniciado su marcha hacia Las Villas. El 28 de diciembre se inició el combate en Santa Clara, siendo la Universidad Central Marta Abreu la primera base de operaciones. En la propia ciudad, al día siguiente, ocurrió el descarrilamiento de un tren blindado que transportaba cientos de efectivos del ejército batistiano, acción que propició a los rebeldes un arsenal de armas y municiones. Tras la toma del tren, después de la caída de la estación de policía y la entrega de los tanques que la defendían, ocurrió el rendimiento de los distintos puntos atacados en la ciudad.

El 31 de diciembre marcó el día final del régimen batistiano. Resultaba inminente la caída de Santa Clara, y de seguro ocurriría la rendición de Santiago de Cuba, rodeada ya por las tropas revolucionarias. En la Ciudad Militar de Columbia, Batista, conjuntamente con altos jefes militares y distinguidas personalidades, esperaba el nuevo año. Pasada la medianoche, presentó su renuncia y luego abandonó el país. Seguidamente se constituyó una junta cívico-militar encabezada por Carlos M. Piedra –el más antiguo magistrado del Tribunal Supremo–, cuya gestión duró sólo unas horas, dado el nombramiento como presidente de la República, el día 3 de enero, del ex magistrado de la Audiencia de Oriente, Manuel Urrutia Lleó.[4]

Aquel 1 de enero cerraba una de las etapas más duras de la historia nacional, comenzando otra no menos difícil, que exigiría a las iglesias madurez y tesón para afrontar el reto de continuar expandiéndose en medio de las cambiantes circunstancias.





NOTAS


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[1] Jorge Ramírez Calzadilla: Algo más de 50 años de vida religiosa cubana (1945-1998), La Habana, Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, [1998]. Versión digital en Internet: bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/cuba/calza.rtf

[2] Rafael Cepeda: Apuntes para una historia del presbiterianismo en Cuba, ed. cit., pp. 220-223.

[3] Movimiento Social Cristiano: Declaración de principios. Objetivos, s.l., s.e., s.a., hh. 1-4.

[4] Urrutia fue depuesto en julio de 1959, seis meses después de su toma de posesión.





Carlos R. Molina Rodríguez (Santa Clara, Cuba, 1976) es profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario Evangélico de Teología, en Matanzas. Su actividad investigadora y editorial se ha centrado en temas históricos del protestantismo cubano, especialmente la obra misionera, la educación teológica ecuménica y el pensamiento protestante del siglo XX

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