miércoles, 29 de diciembre de 2010

EL PROTESTANTISMO CUBANO EN EL VÓRTICE DE UNA REVOLUCIÓN

EL PROTESTANTISMO CUBANO EN EL VÓRTICE DE UNA REVOLUCIÓN, 1952-1961

Por Carlos Molina Rodriguez

Recibido desde Cuba

(PARTE 2)





CARLOS R. MOLINA RODRÍGUEZ, lourdesg.mtz@infomed.sld.cu

MATANZAS (CUBA).




El triunfo revolucionario: una experiencia inédita para la iglesia y la sociedad



El triunfo revolucionario de 1959 abrió un nuevo horizonte para muchos.

El pueblo cubano, en su gran mayoría, acogió con júbilo las primeras medidas revolucionarias, que le propiciaron múltiples beneficios y un notable mejoramiento de su calidad de vida.



Los largos años de la dictadura batistiana, el horror de sus veinte mil muertos, las torturas, la inseguridad, el terror, todo ello contribuyó a la gestación de un ansia colectiva de cambio. Cuando el 1 de enero de 1959 se desplomó aquel régimen odiado, que había sido apoyado por un ejército profesional, entrenado y abastecido por los Estados Unidos, el pueblo se desbordó en alegría y esperanza. Tanto católicos como protestantes, clero y feligreses, se solidarizaron con los soldados barbudos que bajaban desde las montañas, liderados por un joven comandante: Fidel Castro.

Muchos hombres de las iglesias, cristianos militantes, habían muerto en los combates, y eran aclamados como héroes de la patria. Muchos otros habían luchado en la clandestinidad, o habían sufrido la cárcel o el exilio. Eran miles los cristianos que habían colaborado de uno u otro modo al proceso de liberación. En las iglesias se honraba a los luchadores, tanto a los de la Sierra como a los de la clandestinidad urbana. Aquellos bajaban con sus ropas raídas, sus luengas barbas, su piel quemada, y lo más visible: cuentas y rosarios, cruces y amuletos, crucifijos y estampas, colgados al cuello o prendidos a las ropas. Un sacerdote, Guillermo Sardiñas, había actuado como capellán, y bajaba a la ciudad con una sotana verde olivo y el grado de comandante. […] Muchos pastores protestantes habían luchado clandestinamente dentro del Movimiento 26 de Julio.

Por ello, al triunfo del Ejército Rebelde se produjo una euforia colectiva de indescriptibles proporciones. Era la primera insurrección latinoamericana que alcanzaba el poder sin el visto bueno del ejército nacional, y sin el apoyo de la embajada norteamericana: una verdadera guerra de liberación, una genuina revolución.[5]



Por su parte, las diversas instituciones religiosas no estaban listas, en cierto modo, para asumir las consecuencias de los profundos cambios que vertiginosamente alterarían la sociedad. No obstante, «con la llegada de los revolucionarios al poder no se produjo de inmediato ningún cambio que afectara la capacidad de las organizaciones religiosas para realizar sus labores, y por espacio de dos años las iglesias cristianas pudieron mantener sus instituciones educativas, sociales y culturales».[6]

En el transcurso de los primeros meses, algunas denominaciones expresaron su admiración y respeto a los principales líderes de la Revolución. A modo de ejemplo se puede citar el culto de oración y testimonio de gratitud que, auspiciado por el Comité Representativo de Iglesias Evangélicas de la Gran Habana, y con la presencia de cerca de 15 000 evangélicos, se celebró el 7 de febrero de 1959 en el Parque Central capitalino.[7] Mientras, algunos evangélicos ocupaban carteras y altas responsabilidades en el nuevo gobierno. Entre estos estaban Faustino Pérez, ministro de Recuperación de Bienes Malversados, y Manuel Ray Rivero y José A. Naranjo, ministros de Obras Públicas y Gobernación respectivamente. Asimismo, el pastor presbiteriano Daniel Álvarez fue elegido viceministro de Bienestar Social. Los reverendos Raúl Fernández Ceballos y Agustín González Seisdedos, conjuntamente con numerosos laicos, desplegarían importantes labores durante la Campaña de Alfabetización de 1961.[8]

A partir de entonces, comenzaron a dictarse medidas que contribuyeron a que el proceso social se radicalizara y alcanzara un carácter socialista. Estas nuevas leyes acarrearon múltiples beneficios para gran parte de la población, así como un ilimitado descontento para las clases con mayor solvencia económica, cuyos intereses se vieron más afectados.

En el mismo año 59 se adoptaron algunas medidas «que aterrorizaron a las gentes de las iglesias y sembraron la duda entre miles de cubanos».



La primera fue la del fusilamiento por crímenes de guerra. Acostumbrados políticamente a los golpes de Estado, y religiosamente a las ideas de piedad, perdón y regeneración, los creyentes no podían comprender tal decisión revolucionaria. Tampoco asimilaban la creación de un Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados, es decir, la expropiación de toda riqueza que fuera producto del robo público. Ni la Reforma Agraria, total y efectiva, que detuvo definitivamente un proceso de explotación que había durado varios siglos. Estas medidas produjeron no sólo el exilio de muchos ricos y poderosos, sino también de muchos sacerdotes.

[…]

Muchas homilías pronunciadas en los púlpitos durante esos años fueron de violenta crítica al proceso revolucionario. Se emitieron varias pastorales cuyos enfoques coincidieron en buena medida con la campaña orquestada en los Estados Unidos contra la Revolución cubana. Esto provocó un gran desconcierto entre los cristianos que simpatizaban con las medidas del gobierno revolucionario, a la vez que la oposición política se sentía alentada por el respaldo.[9]



Al parecer, una de las primeras acciones que afectó especialmente al sector católico fue la Ley núm. 11, del propio mes de enero de 1959, «que reconoció como únicas universidades oficiales las de La Habana, Santa Clara y Oriente. El texto de la disposición no hacía referencia a las universidades privadas ni a aquellas bajo patronato, pero de hecho quedaron extinguidas».[10]

Otras medidas que no afectaron grandemente a los protestantes fueron la ley de rebaja de alquileres de viviendas y la de Reforma Agraria –promulgada esta el 17 de mayo de 1959–, que aunque causó descontento en la clase latifundista y terrateniente, recibió el beneplácito de gran parte de las iglesias.

Un reflejo de este asenso evangélico a las transformaciones que de continuo ocurrían en el país, lo es el artículo titulado «Déjame seguir soñando», escrito por la líder bautista oriental Adela Mourlot de González, y publicado en la revista El Mensajero:



¿No fue siempre un sueño perturbador la erradicación de la contaminada Lotería Nacional? […] ¿No hemos soñado siempre con una patria gobernada por hombres probos, bien intencionados, desinteresados, virtuosos? […] ¿No hemos soñado siempre con la protección de la niñez desvalida y el campesino ultrajado y desamparado? […] ¿No hemos anhelado siempre una patria de la que pudiéramos enorgullecernos por saberla digna de nuestros grandes héroes, visionaria, laboriosa, culta, capaz de brillar en el concierto de las naciones libres y civilizadas del mundo? […] Y ahora vemos hombres cubanos, hombres barbudos… sacrificando sus preciosos dones, sin importarles la falta de descanso, ni la retribución, ni nada; sólo con un sueño sublime en sus corazones: «servir a la patria».[11]



Contrariamente a lo expresado por Mourlot, no faltaron voces que patentizaron su inconformidad con el rumbo de la situación social, e incluso formularon la urgencia de una nueva revolución. Tal fue el caso del escritor metodista Justo González Carrasco, quien en su libro La revolución que falta, escrito en el propio año 59, examinaba los orígenes del movimiento revolucionario, al tiempo que advertía:



No se puede esperar que un movimiento pujante y vencedor, que se originó en acciones de violencia, después del triunfo convierta en cruz de amor la espada tajante a la que atribuyó la victoria.

[…]

[La revolución necesaria] se ha de hacer en favor de los pueblos y de los individuos. A favor de la libertad cierta de cada hombre y cada mujer. Libertad económica. Libertad de expresión. Libertad de conciencia y religión. Libertad política. Libertad sin presión de ejercicios políticos, ni de muchedumbres hipnotizadas, ni gobernantes autócratas. Revolución sin matanzas. Revolución sin violencias. Revolución de paz, de amor y de perdón. Esa es la revolución que falta. La cristiana revolución.[12]



(continuará)





NOTAS



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[5] Rafael Cepeda: «Las iglesias en Cuba durante el período revolucionario», [La Habana], s.e., s.a., h. 2.

[6] Marcos Antonio Ramos: «La religión en Cuba», en Efrén Córdova (ed.): 40 años de Revolución: el legado de Castro, Miami, Ediciones Universal, 1999. Versión digital en Internet: www.cubancenter.org/uploads/40years10.html

[7] Véase José Acosta: «Culto de Acción de Gracias en el Parque Central», Heraldo Cristiano, La Habana, t. XXVI, no. 2, feb., 1959, pp. 8-9.

[8] Marcos Antonio Ramos: Panorama del protestantismo en Cuba. La presencia de los protestantes o evangélicos en la historia de Cuba desde la colonización española hasta la Revolución, Miami, Editorial Caribe, 1986, pp. 517-523.

[9] Rafael Cepeda: «Las iglesias de Cuba durante el período revolucionario», ed. cit., pp. 3, 5.

[10] Ignacio Ángel Pérez Macías: «La enseñanza del Derecho en Cuba (1959-2002). Apuntes y reflexiones», Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija, Madrid, no. 5, 2002, p. 466.

[11] Adela Mourlot de González: «Déjame seguir soñando», El Mensajero, Santiago de Cuba, año 55, nos. 13-14, mayo-jun, 1959, p. 5.

[12] Justo González: La Revolución que falta, La Habana, Editorial Cenit, S.A., 1959, pp. 70, 114.





Carlos R. Molina Rodríguez (Santa Clara, Cuba, 1976) es profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario Evangélico de Teología, en Matanzas. Su actividad investigadora y editorial se ha centrado en temas históricos del protestantismo cubano, especialmente la obra misionera, la educación teológica ecuménica y el pensamiento protestante del siglo XX.

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